El panorama automovilístico fue testigo de un momento significativo a medida que el siglo XX se acercaba a su fin. Un momento de prosperidad y dominio para el Grupo Volkswagen, gracias en gran parte a las decisiones de Ferdinand Piëch, nieto de Porsche y líder del imperio automotriz. En 1998, este gigante alemán adquirió Bentley Motors, una adquisición que posicionó a Volkswagen para competir con Rolls-Royce y Maybach en la categoría más lujosa del mercado automovilístico.
En el corazón de los planes para Bentley estaba la creación de un motor de altas prestaciones y cilindrada. El objetivo inicial era utilizar un motor W16, pero finalmente este terminó en manos de Bugatti. En su lugar, Volkswagen optó por un motor de gasolina W12, cuyo desarrollo tuvo lugar en el Volkswagen Nardò, una plataforma experimental que finalmente allanó el camino para el Lamborghini Murciélago. Este motor W12 alimentó varios modelos de Bentley, que recientemente anunciaron su despedida con el Batur Convertible y ya tienen un sucesor: un V8 biturbo e híbrido.
A pesar de su gran número de cilindros, este motor W12 es compacto. De hecho, es un motor más pequeño, en términos de dimensiones exteriores, que la mayoría de los V8 contemporáneos.
La despedida del W12 marca el fin de una era de más de dos décadas, impulsada en gran medida por las crecientes preocupaciones medioambientales. Este fue el único motor de 12 cilindros en W que el Grupo Volkswagen ha producido a gran escala en toda su historia como fabricante de automóviles. Conocido oficialmente como WR12, este motor de gasolina de 6 litros de cubicaje y 48 válvulas se basa en la unión de dos bloques VR6 a 72 grados, formando 4 bancadas de 3 cilindros cada una que alimentan el mismo cigüeñal.
Este motor demostró su resistencia y fiabilidad en el Nardò antes de llegar a Bentley, donde alimentó los modelos Continental GT y Flying Spur de la época. En ese momento, el W12 ya estaba sobrealimentado y rendía 559 CV a 6.100 rpm con un par máximo de 650 Nm disponible desde tan solo 1.600 rpm. Desde sus primeras etapas, se empleó inyección directa y dos árboles de levas por culata.
Construido íntegramente en aluminio para aligerarlo, este bloque se situaba siempre en posición delantera longitudinal, bastante descolgado por detrás del eje para centrar su masa, cercana a los 240 kg en vacío. Sin embargo, la eficiencia no era su punto fuerte, con consumos reales de 20 l/100 km y una media de emisiones superior a los 400 g CO2/km.
La última evolución de este motor trajo modificaciones en la carrera y, por ende, en la cilindrada. También se introdujo una inyección mixta (con una fase indirecta) y se elevó su relación de compresión, además de varias mejoras electrónicas que permitieron elevar su rendimiento hasta los 635 CV y 900 Nm. Al mismo tiempo, se redujo su consumo hasta los 15 l/100 km y sus emisiones de CO2 hasta los 300 g/km.
A pesar de estos esfuerzos por mejorar la eficiencia del W12 de Volkswagen, las crecientes normativas anticontaminantes presentan un desafío para la sostenibilidad de este motor. Las reglamentaciones ambientales están obligando a Bentley a buscar alternativas más limpias y eficientes, marcando el fin de una era para el icónico motor W12.