En las últimas décadas, la industria del automóvil ha sido testigo de numerosos avances tecnológicos que han cambiado la manera en la que los vehículos son alimentados. En particular, la Fórmula 1, la competencia automovilística de más alto nivel, ha dejado de lado los combustibles convencionales y ha adoptado los combustibles sintéticos, una tendencia que se espera que alcance el 100% en 2026.
El uso de combustibles sintéticos en la Fórmula 1 ha llevado a muchos proveedores a invertir en este sector, en un esfuerzo por desarrollar combustibles más eficientes y respetuosos con el medio ambiente. Esta tendencia también se ha observado en el Mundial de Rallyes, donde los vehículos Rally1 y Rally2 de la categoría principal y de la segunda división, WRC2, respectivamente, han comenzado a usar combustibles sintéticos desde 2022.
La importancia del uso de combustibles sintéticos en las competiciones automovilísticas trasciende el mero hecho de propulsar los vehículos. Esta tendencia también tiene repercusiones en el futuro de la movilidad urbana, ya que el combustible sintético podría ser una alternativa viable al encarecimiento de los vehículos eléctricos, especialmente en Europa.
Aunque la fórmula exacta de los combustibles sintéticos es un secreto bien guardado por cada fabricante, al estilo de la receta de la Coca-Cola, se sabe que su producción suele implicar el uso de residuos y desechos, así como la captura de dióxido de carbono. Este proceso resulta en un combustible que, cuando se quema, libera la misma cantidad de CO2 que fue capturada durante su producción, lo que resulta en una huella de carbono neta de cero.
En cuanto a los vehículos eléctricos, su producción y funcionamiento plantean desafíos tanto económicos como medioambientales. Por ejemplo, el litio, un componente clave de las baterías de los vehículos eléctricos, se extrae principalmente en Australia, que representa el 87% de la producción mundial. Sin embargo, los procesos de extracción y refinamiento del litio son costosos y tienen un impacto medioambiental significativo. Esto hace que los vehículos eléctricos sean más caros en Europa en comparación con otros mercados, como China.
En este contexto, el combustible sintético, que reduce la huella de carbono en un 65% en comparación con el combustible tradicional, emerge como una opción atractiva. Sin embargo, su producción en masa todavía no es económicamente viable, lo que hace que su precio sea prohibitivo para el consumidor promedio.
La competición automovilística juega un papel crucial en este aspecto, ya que actúa como un laboratorio de experimentación e investigación donde se desarrollan tecnologías más avanzadas que, con el tiempo, podrían llegar al mercado de consumo.
A pesar de los desafíos, el desarrollo de los combustibles sintéticos es necesario para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y para garantizar la supervivencia de algunos vehículos deportivos y la viabilidad de los vehículos históricos. En este sentido, la Unión Europea ha establecido el objetivo de reducir las emisiones de CO2 en un 55% para 2030 y alcanzar la neutralidad de carbono para 2050.
Para alcanzar estos objetivos, es necesario que el desarrollo de los combustibles sintéticos continúe. Esto no sólo implicará hacerlos más asequibles para el consumidor, sino también garantizar que sean menos agresivos con los motores de combustión interna.
En resumen, el desarrollo y la adopción de combustibles sintéticos en las competiciones automovilísticas no sólo tiene implicaciones en el rendimiento de los vehículos de carreras, sino que también tiene el potencial de cambiar la manera en la que se alimentan los vehículos en el futuro. A pesar de los desafíos, el futuro de la movilidad podría estar en los combustibles sintéticos.